A orillas de la madrugada, dos cuerpos en una ciudad buscaban pasar el tiempo: su tiempo no se hizo esperar. No estaba ninguno en su día, sus copas ya estaban vacías. Él estacionó su mirada cuando al fin la vio sentada, él tenía cigarrillos y ella ganas de fumar. El rato de a ratos moría, no había palabras de más, cautivos en la noche infinita, se rindieron a su voluntad.
En su presente no había pasados, en la mesa desfilaban los tragos.
Andaban ahí perdidos escuchando Divididos, a él le gusta la banda y a ella le gusta bailar.
Y así los dos le daban vida a una mentira a espaldas de la verdad,
Y así los dos jugaban a las escondidas dejando a su soledad al menos esa noche.
Él quiso volver a soñarla, ella le dijo que no. En silencio se soltaron las manos, enseguida ella se arrepintió: salió corriendo hacia la avenida pero él había doblado en la esquina. Ahora ya vencidos, cuando escuchan divididos, él recuerda la noche que ella no puede olvidar.
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